Compartir es difícil. Desde que somos pequeños se esfuerzan en mostrarnos que es el camino correcto. Incluso llegan a obligarnos a dejarle a ese niño que acabamos de conocer nuestro juguete favorito.
Y es que prestar a los demás algo que es nuestro implica varias cosas. Desde luego es un acto de generosidad y entrega. Quiere decir que estás dispuesto a dejar algo que es tuyo, en ocasiones un “algo” muy especial.
En segundo lugar significa que confías en los demás. En tu mente tienes la seguridad de que puedes fiarte sin reservas de esa persona porque, de algún modo que no comprendes, sabes que nunca haría nada que pudiese dañarte de algún modo u otro.
El caso es que compartir es un acto arriesgado. Porque no solo se comparten cosas materiales, que al final tienen una importancia relativa, sino que das cosas de ti que nadie más, salvo tú, puede ofrecer.
Tu tiempo, tu dedicación, tu amistad, tu amor… Esas son las cosas que realmente merece la pena compartir. Porque una vez que las entregas lo que recibes a cambio tiene un valor incalculable.
Ahora es cuando te pueden entrar los miedos. ¿Y si resulta que te atreves a dar el salto y terminan haciéndote daño?
Nosotros no te podemos garantizar que siempre vaya a salir bien, no es cómo nuestros ibéricos. Lo que sí te podemos asegurar es que cuando aciertas todo cambia a mejor.